El abuelo Ignacio era muy querido y admirado por Juancito. Siempre que
iban con sus padres a visitarlo los domingos, le contaba historias de
cuando era marino, a principios de siglo 20. De cómo navegó en un barco
mercante a velas y así vino de su Italia natal. El anciano conservaba
esos elementos tan característicos de un marinero (el abrigo con grandes
botones, la navaja hecha a mano, el reloj de bolsillo.). Hacía
barquitos dentro de botellas. Sabía hacer nudos de todo tipo. Tenía
muchas historias increíbles.
Un hombre lleno de misterios que hacían que cada tarde de visitas fuera un momento único.
Un domingo cuando Juan tenía alrededor de 9 años los abuelos fueron de
visita a la casa donde vivía el niño. A pasar el día en familia . Y todo
iba bien, como siempre, hasta que el abuelo llevó a Juan a un cuarto
donde estaban solos, e hizo cosas con él que no podía entender; y lo
obligó también a hacer otras cosas. No es que a Juan le parecieran
buenas o malas, simplemente que no las entendía. Que nunca se le habían
cruzado por la mente. Mientras esto pasaba el abuelo decía que no debía
contarle a nadie lo que pasaba, que debía ser un secreto entre ellos.
Este hecho se repitió otras veces.
Hasta allí el recuerdo.
Esto que parece tan fuerte y de lo que no creo que sea necesario
detallar más, por alguna razón quedó borrado en la mente de Juan durante
37 años. Durante ese tiempo creció, construyó una vida de adulto, se
casó y tuvo unos hijos hermosos. Hoy tiene 46 años, y desde hace unos
cuantos es cristiano nacido de nuevo.
¿Por qué el testimonio de algo tan lejano y tan íntimo?
En principio, porque de una u otra manera, con las variables de
parentesco (padre, abuelo, tío, hermano mayor), uno de cada 5 de los
lectores de este artículo pasó por algo parecido. En el grupo juvenil de
una iglesia cristiana investigaciones y encuestas han mostrado que un
40% de jóvenes tiene una historia similar para contarnos[1]. Citando
textualmente estas encuestas, la edad promedio en que comenzaron los
abusos osciló entre los 6 y los 8 años de edad. Y en el 90% de los casos
el abusador es un conocido, familiar o vecino.
Técnicamente
alguien que vivió una situación de incesto de este tipo, es considerado
adulto víctima de Abuso Sexual Infantil Intrafamiliar (A.S.I.I.).
Actualmente los autores usan un término mucho más adecuado que
"víctimas": los llaman "sobrevivientes".
Es frecuente ver a
profesionales y organizaciones ocuparse de niños que han sido abusados.
Los juzgados del menor en cada ciudad están abarrotados de situaciones
de este tipo. En todos los casos, la realidad que muestran los
psicólogos y asistentes sociales encargados de tratar con estos temas,
es que la cantidad de casos es tan grande que superan completamente sus
posibilidades.
Esos niños de uno u otro modo comienzan a ser tratados desde ahora por lo que han sufrido.
Pero en los hogares hay una cantidad mucho mayor que nunca van a tener
la oportunidad de contarle a nadie lo que les pasa. Guardarán estos
hechos en la más absoluta soledad y secreto y crecerán con ello en su
mente y en su corazón. Se harán adultos y vivirán sus vidas, en muchos
casos "olvidándose" de los abusos.
De estos adultos es de quienes les propongo ocuparnos.
Para entender lo que pasa dentro de un adulto sobreviviente de
A.S.I.I., es necesario que dedique unos párrafos a definir algunas cosas
técnicamente:
La palabra ABUSO deriva de ab-uso; uso enajenado del cuerpo del otro tomando posesión de él, que queda limitado a un objeto.
La palabra VIOLENCIA deriva de violar, violentar, maltratar, profanar, deshonrar.
Las prácticas violentas en una familia están originadas en el
desequilibrio de poder, que tiene como víctimas generalmente a niños,
ancianos y mujeres.
Se trata de actos, discursos o palabras
violentas donde el otro queda sometido a una situación de impotencia e
indiferenciación[2].
Se ubica al abuso sexual infantil dentro
de una de las categorías de la violencia que pueden sufrir los niños,
siendo las restantes: abandono físico, castigo corporal y maltrato
emocional[3]
Y aquí el tema es la forma específica de violencia que usa la sexualidad como medio.
Estoy hablando de un padre, un tío, un abuelo, un hermano mayor que abusa sexualmente de un niño de su familia.
¿Es una violación?
Es mucho más grave que eso. La palabra "violación" da solamente una
respuesta incompleta a los hechos. La palabra "abuso sexual" es mucho
más abarcativa, porque comprende todas las actividades sexuales en las
que los niños se ven involucrados con adultos, que van desde besos,
manoseos, sexo oral, penetración vaginal y/o anal, obligar al niño a
presenciar una relación sexual entre adultos, y prostituciòn
infantil.[4]
La víctima es alguien que no está preparado para
saber lo que están haciendo con él porque dada su temprana edad no
cruzan por su mente estos temas, pero además que está sufriendo este
ataque de alguien que ama, que respeta, que debería protegerlo y
cuidarlo.
Es necesario enmarcar estos hechos dentro de la
familia. La situación es bien distinta (y psicológicamente deja menos
secuelas) cuando el abusador es un extraño.
¿Este adulto es un pedófilo? No.
Los adultos que cometen incesto no gustan de otros niños. Solamente con "éste", que es su hijo-hermanito-nieto-sobrino.
¿Qué piensa el violador?
"Este es carne de mi carne. Es una parte de mí mismo. Es mi hijo, y tengo derecho sobre él."
En la psicología perversa del adulto, el niño se convierte en una parte
del cuerpo del abusador. Su cuerpo deja de pertenecerle.
No hay una sensación de placer. Es una experiencia que parte de una necesidad narcisista.
El hijo se convierte en HUERFANO. Pierde en ese instante a su padre (o
al pariente abusador), pierde a su madre porque hay un secreto que no
puede compartir con ella. (En muchos casos, cuando el niño lo denuncia a
su madre, ésta no le cree) y pierde su propio cuerpo, que pasa a formar
parte del cuerpo del adulto.
Las prácticas de ASII se constituyen en la abolición del deseo y del pensamiento del niño.
¿Qué pasa cuando un niño es abusado?
Debería experimentar rechazo o resistencia, pero están inhibidos por el temor que genera la relación de parentesco.
El niño se asocia psicológicamente con su agresor. Se identifican. Se
confunden. Se olvida de su propio deseo. El agresor se hace
intra-psíquico. Deja de ser alguien externo y se convierte en interno.
El niño se identifica con su agresor y se siente culpable. Al mismo
tiempo es inocente y culpable. En la locura que deviene en su mente, la
agresión se vuelve interna. El niño se vuelve su propio agresor,
comparte la culpa con el otro.
El niño necesita generar estrategias
de supervivencia. Y vive procesos que van desde petrificación inicial,
negación, desmentida, minimización del problema, reducción a "cosa" y
aceptar su nueva condición.
Cuando un niño sufre alguna situación
que lo asusta, recurre a sus padres buscando contención, protección. En
estos casos no pueden hacer eso, porque hay un secreto. Alguien le dijo
"no se lo digas a nadie porque." y hay una amenaza que sigue a los
puntos suspensivos. El pequeño siente que si habla será culpable de la
destrucción de la familia, de la separación de sus padres, será
responsable de mayor destrucción de la que él vive. En su mente, surge
la idea de que su secreto mantendrá la familia unida[5].
Ahora bien.
Como mencioné arriba, hoy el tema son los adultos. Personas que hoy
tienen más de 20 años y que han sufrido durante su infancia estas
situaciones de A.S.I.I..
En la vida de este adulto hubo un niño
que vivió los terribles traumas que resumí. En ese momento algo se
rompió para siempre. Hubo una mutilación, como la que sufre alguien que
pierde un miembro de su cuerpo. En el momento del abuso murió un niño.
Murió la infancia. Quedó para siempre en tiempo pasado, un chico que no
pudo llorar su dolor. Tal era su miedo y lo demencial de su realidad.
Hubo silencio. El tiempo fue pasando, sin hablar con nadie de esto. CON NADIE.
La persona se hizo adulta. En su mente carga con un pasado que de tan
doloroso se fue ocultando, hasta que en muchos casos quedó en el olvido.
Pero quedaron las culpas. La sensación de desprecio por su cuerpo. El
sentir que no se es nada. Que el cuerpo no le pertenece. Quedaron los
miedos, aunque no se sabe a qué. Quedó el desprecio por el sexo.
Espero ser claro. Estos hechos del pasado, imposibles de comprender por
el niño que era, han sido negados o minimizados. De modo que no se
asocian a situaciones del presente. Pero quedan las secuelas.
Un adulto sobreviviente de A.S.I.I. concurre a consejería pastoral o a
buscar ayuda profesional, porque (sin conocer la causa) sufre de:
Problemas para dormir. Insomnio o pesadillas recurrentes.
Irritabilidad, inestabilidad emocional. Cambios bruscos de comportamiento. Agresividad.
Problemas con la autoestima.
Conductas obsesivas.
Depresión.
Aislamiento de amigos y familia.
Desprecio por lo relacionado al sexo o promiscuidad y desenfreno.
Rechazo a los lugares donde hay mucha gente.
Comportamiento suicida, Autoagresión .
Todos estos síntomas son característicos en un adulto sobreviviente de
abuso sexual infantil ¿los reconoce? ¿ha recibido personas buscando
ayuda con estos síntomas?.
Estos hombres y mujeres buscan
ayuda. Uno de cada cinco en nuestra congregación. En números
estadísticos, más de 20 de cada 100 personas que se sientan en el
templo.
El A.S.I.I. no respeta situación espiritual, condición
social, formación intelectual. La iglesia es una muestra de la realidad
del mundo en que vivimos, y entonces hay en ella familiares abusadores,
niños que hoy son víctimas de incesto y adultos sobrevivientes de una
infancia donde hubo abuso sexual infantil.
¿Podemos comprender la magnitud del problema?
Si no estamos preparados a ser sensibles, a escuchar, si no estamos entrenados para pensar en esto, no podremos dar ayuda.
¿Cuántos hablan hoy con usted, pastor o consejero, manifestando los síntomas que describí?
En mi experiencia creo que es un error atribuir a estos casos
cuestiones únicamente espirituales. ¿Cuántos cristianos han pasado por
nuestra oficina buscando una ayuda que no siempre pudimos dar?
Creo que debemos aprender a usar la psicología como una herramienta más
de ayuda pastoral. Es indispensable que el pastor o consejero sepan
distinguir e identificar estos síntomas. Y estén preparados para
responder adecuadamente. Muchas veces la persona que busca ayuda
necesitará la interacción con un profesional.
¿Puede un adulto sobreviviente de ASII recuperarse?
Seguramente que sí, en la medida en que pueda reconocer la causa real
de sus problemas, ponerle nombre, identificar las consecuencias que
vive. Liberarse de una culpa que no es propia. En la medida en que pueda
encontrarse real o espiritualmente con su agresor, confrontarlo para
enfrentar sus propios miedos y sentimientos de intimidación y
perdonarlo.
Debe irse hacia el pasado a buscar ese niño que
quedó en un cuarto a oscuras, sólo y asustado, sucio y lastimado. Se lo
debe abrazar, consolar, limpiar, sanar. Se le debe enseñar a llorar.
La sensación será la de recuperación de una inmensa paz. La de dormir
mejor, la de aprender a sonreir, la de aprender a devolver el amor que
se recibe, la de aprender a amar nuestro cuerpo, la imagen que vemos en
el espejo.
Conocer nuestro valor, generar nuestra propia
identidad. Controlar nuestras adicciones. Reconocer nuestras conductas.
Levantarse de buen humor. Poder pensar en futuro y hacer planes.
Conquistar la alegría de vivir.
La sensación de mutilación
quedará, como la de alguien a quien le falta una parte de su cuerpo por
un accidente traumático. Pero se puede aprender a vivir con esa
carencia.
No es cuestión de olvidar el pasado. Los hechos
ocurrieron y estarán allí por siempre. Ser sanado interiormente
permitirá convivir con lo que es parte de nuestra vida y recordarlo sin
dolor.
Es un aprendizaje que puede hacerse. Y vale la pena.
Citando nuevamente al matrimonio Cinalli:
"La persona debe ser conducida al perdón.
A perdonar a Dios (las víctimas creen que Dios no las protegió durante los abusos)
A perdonar al ofensor (La amargura es la consecuencia de la falta de
perdón en el corazón. La única manera de ser libre es perdonando)
A perdonarse a sí mismo (muchas personas abusadas no pueden perdonarse a sí mismas. Creen haber colaborado con el abuso. "
En una prédica que escuché recientemente del pastor Juan José
Churruarín, grabé una frase: "podemos hablar con autoridad de aquello
que hemos visto hacer a nuestro Padre". Creo en eso, y puedo hablar con
autoridad porque soy un adulto de 46 años víctima de ASII. Un trauma
que tenía tan negado que sólo pude reconocerlo hace unos meses.
El encontrarme con esta realidad y comenzar el camino de recuperación
me ha permitido crecer en mi relación con Dios, en mi intimidad con Él.
Aprendì a reconocerlo como Padre, como "papito". Me resultaba muy
dificil entablar ese vínculo filial porque no lo había conocido. Fui
abusado por mi abuelo durante mi infancia.
Pero también siento
el maravilloso privilegio que puedo leer en Mateo 13: 16 y 17. "Dichosos
ustedes, porque tienen ojos que ven y oídos que oyen. Les aseguro que
muchos profetas y personas justas quisieron ver esto que ustedes ven y
no lo vieron; quisieron oir lo que ustedes oyen y no lo oyeron"
Sé que Dios inició una obra en mí y sé que esta obra será terminada. Es
parte de mi crecimiento hacia Él. Parte del proceso de conversión que
se inició cuando hice mi oración de fe.
Le dije al Señor: "te abro la puerta, transfórmame, límpiame, sáname".
En este último tiempo fue maravilloso tomar contacto con otros
hermanos en Cristo que pasan por situaciones similares. Otros adultos
sobrevivientes de A.S.I.I.. que viven un proceso de recuperación de su
cuerpo, alma y espíritu similar al mío.
Creo que usted que está
leyendo puede comprenderme, identificarse. Le invito a que se ponga en
manos de Dios, y le permita tratar con esto que tiene muy dentro suyo.
Que se ponga en contacto con otros hermanos que viven su realidad. No
deje que este pasado lo intimide, lo paralice. Levántese, pida ayuda.
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