viernes, 29 de abril de 2016

"Mi tío abusó de mí hasta los 12 años. No olvido sus manos"

     Esta es la historia de Mayuli Ahumada, que sufrió abusos continuados en la infancia durante seis años y hoy puede contarlo.


     La primera vez que su tío materno abusó de ella, Mayuli tenía seis años. La última vez que lo hizo, ella había cumplido 12.
     Entre las dos frases anteriores caben un punto y seguido y también una niña que iba a dejar de serlo, unos tocamientos que se repetían casi a diario, un posterior intento de suicidio, un rechazo visceral al cuerpo masculino y una muñeca rota por manoseada.
     Seis años así. Como si la cría fuera arcilla y el tío babeara como alfarero.
-¿Qué queda de aquello?
     -Miro mucho las manos de los hombres -nos mira las nuestras sin demasiado disimulo-. Porque él las tenía de una forma muy concreta. Grandes. Con los dedos muy gordos. Con las uñas cortadas en curva... Yo he visto manos así por ahí y todavía me cago viva.
Nos da la suya. Se llama Mayuli Ahumada. Es chilena. Desde los 11 meses de vida reside en Vilanova i la Geltru (Barcelona). Tiene 39 años. Es madre de una hija de cinco y otra de tres. Y no oculta su rostro para contar lo que muy pocas veces se cuenta a cara descubierta: una de cada cinco mujeres ha sufrido abusos sexuales en España durante la infancia.
Mayuli es una de ellas.
-Vinimos a España huyendo de la dictadura chilena. Mi padre hacía chapuzas de fontanero y mi madre era comercial. Al cabo de los años de venir a Barcelona, mi tío les llamó y les dijo que también se venía. Como mis padres estaban trabajando, cada vez que necesitaban canguro, tiraban de él. Así empezó todo.Recuerdo la primera vez: él me acababa de duchar, me secó. Y me dijo que nos íbamos a dar un beso de cine. De adultos. Y lo hizo.
-¿Qué recuerdas de aquello? ¿Vergüenza? ¿Culpabilidad? ¿Miedo?
     -Yo me emocioné mogollón. Si te soy sincera, al principio sentí placer y emoción. Sólo tenía seis años. Yo era una niña, tenía a un tío que me llenaba de regalos y de mimos. Me tocaba sin hacerme daño. Y luego me hacía sentir importante: una persona adulta a la que quieres te dice que tienes un secreto que guardar, entre él y tú, sólo entre los dos... Lo peor viene cuando vas creciendo y te das cuenta de lo que ocurre. Entonces comienza la vergüenza, el odio. Y la culpa. La culpa como una losa.
Si ahora lo cuenta en esta mañana soleada de abril, si ahora nos lo explica al fin con todo detalle después de mucho silencio, es porque la mujer que no dejaba de ser niña participó durante años en una terapia de atención integral a las víctimas de abusos sexuales durante la infancia, en la Fundación Vicki Bernadet (premiada por la Fundación La Caixa). Y desde entonces Mayuli no le tiene terror a los espejos del baño.
     Eran varias veces por semana. Todas las semanas del año. Durante seis largos cursos. Como una obsesión enfermiza. El tío que vivía en la puerta de al lado la reclamaba para todo hasta el punto de que el hermano de Mayuli sentía celos del trato exclusivo que recibía su hermana. La infancia como un Cinexin: cierra los ojos y se sigue acordando de aquellos momentos. Las manos grandes. Las indicaciones de lo que tendría que hacerle a su novio cuando creciera. Lo que pasaba en el sofá. Y la escena del tío lavándose los genitales en la pila para que la niña lo viera.
     -Mi tío abusó de mí desde los seis hasta los 12 años. A los 12 le dije basta. Mis padres estaban en la cocina y yo estaba en su habitación con mi tío, sentada a los pies de la cama. Me vino a decir algo y le contesté: 'Se ha acabado. A mí ya no me tocas más'. El se reía. Me dijo que no podría soportarlo -relata-. Al poco tiempo estaban echando un documental por la televisión sobre abusos a menores, yo lo estaba viendo y me puse a llorar. Mi madre me preguntó qué me pasaba. Le dije que me pasaba lo mismo que a los niños de la tele...
-¿Y ella cómo reaccionó?
     -Decidió que era mejor no contárselo a nadie. Me dijo que si se la gente se enteraba, de mayor no me darían trabajo.
      Así que la chica que quería ser bailarina comenzó a perder el paso. En aquella cueva se le proyectaron muchas sombras: no salía de casa. Su abuela le dijo que la culpa era de ella, por ir «por ahí» a los seis años, «con una faldita, a sentarse en las piernas de los hombres». Sus padres no cortaron las relaciones con el tío.A los 17, la chica trató de suicidarse tragándose un bote de pastillas entero.
     Hoy, Mayuli está en el paro pero rebosa una felicidad sincera. Hoy, el tío de Mayuli está en prisión preventiva a la espera de juicio por abusar de otra sobrina. Y Mayuli cuenta los días que restan para la vista, porque querría ir y mirarle a la cara.
     Ese simple gesto le llevó un siglo. Por ejemplo, bastantes años después de los abusos, el tío comenzó a acudir al taller mecánico en que trabajaba ella, donde acabó de cliente habitual. Llegaba, aparcaba el coche y salía erguido como una vela buscándola con la mirada.
-¿Y tú qué hacías?
     -Me escondía. O agachaba la cabeza. Me daba la impresión de que la culpable había sido yo. Por eso me ponía toda roja y no podía ni verle. Luego ya no. Luego, cuando hice la terapia en grupo, y estuve años con las psicólogas sacándome esto, yo levantaba bien alta la cabeza, como una jirafa. ¿Y sabes qué? Que el que la agachaba era él.
     Lo cuenta porque dice que la gente tiene que saber que esto sucede. Ahora mismo, explica. Al lado de casa. Con quien menos te lo esperas.
    -Hubo un tiempo en que soñaba con que le mataba. En el sueño le atropellaba con el coche. Él se quedaba herido. Y yo bajaba del vehículo y... le meaba encima. En las heridas. Para que le escocieran. Quería hacerlo sufrir. Esto que te cuento era lo que soñaba con veintitantos años... ¿Hoy? Hoy me produce indiferencia.


Mayuli.

http://www.elmundo.es/sociedad/2016/04/28/5719225ee2704e8b038b45c9.html

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