domingo, 16 de febrero de 2014

TRES VECES

“Mateo 26,34: Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces”.


Tras estos años de Rehabilitación activa, han salido a la luz muchos recuerdos escondidos. Entre ellos, momentos en los que yo he hablado denunciando mis abusos a los adultos de mi infancia. En unos casos he recordado el momento, en otros casos las conversaciones, otros recuerdos y algunos documentos, me han demostrado que realmente en al menos tres ocasiones distintas de mi vida lo conté y sin embargo fueron gritos de ayuda que todos han negado que ocurrieran, o que se perdieron como lágrimas en la lluvia, haciendo oídos sordos al lamento desesperado de una niña. Ahora que mi puzzle está mas completo, puedo situar mejor las cosas en su línea temporal.


El primer recuerdo que yo tengo de contar lo que me hacía mi padre fue sentada en la mesa de la cocina junto a mi madre y mi hermana, y creo que fue en el año de mi Primera Comunión. Mi madre me llevó de inmediato a confesar el gravísimo pecado que estaba cometiendo. Si seguía ocurriendo sería responsabilidad mía. No recuerdo contarlo a mis padrinos en el periodo en que aún ocurrían los abusos pero no hace mucho una de mis Madrinas me reveló que expliqué algunos tocamientos, junto con lo que me quería hacer mi hermano mayor. No sé si alguien hizo algo, pero para mí, nada cambió hasta que volví con mis padrinos con trece años. De alguna manera esa fue la primera negación.


La segunda negación fue en la adolescencia. Lo conté alguna vez a amigos, no recuerdo bien en que términos. Pero sus reacciones eran de burla, incredulidad y algún “bueno, pasa a veces…” que le restaba importancia. la única vez que recuerdo hablar de mis abusos a alguno de mis Padrinos durante mis Años Oscuros, lo hice a una de las pequeñas, la intelectual. Recuerdo decirlo con la mirada clavada en la cerámica del suelo, no poder decir nada mas y arrepentirme al momento. Su reacción fue todo un clásico: “¿Por qué no lo dijiste?”. Me encogí de hombros y no supe qué contestar. Unos días mas tarde vi a mi Madrina. Sin duda había hablado con su hermana porque estaba muy enfadada y me acusó de mentir. Me dijo que, cuando yo era niña, ella personalmente me había llevado a un especialista para constatar si los abusos se habían seguido produciendo después de que yo cumpliese los dos años de edad, y el médico le había dicho que no había evidencias de nada. Es la versión que todavía mantiene con firmeza. Siempre pensé que ésa había sido mi primera tentativa a hacer público de manera mas “oficial” mi secreto con ellos. Yo ya no era una niña y creí erróneamente que se me tendría mas en cuenta. Pero hablar siguió sin servir de nada. Y ante mi familia biológica el único enfrentamiento que tuve con veinte años se saldó con un “A todos nos ha tocado más de la cuenta, no te creas tan especial” al que tampoco supe responder. Todos estaban al tanto de lo que sucedía porque yo lo había contado, pero por segunda vez todos negaron saber lo que pasaba.


Con los años pensé que lo mejor era ocultarlo. Todo lo que recordase sería a partir de entonces sólo para mí. Creo que ahí llegó el olvido, la confusión de las fechas, los otros abusadores que se borraron de mi memoria y muchas escenas con mi padre. Solo se quedaron flotando en la superficie cuatro o cinco imágenes, de esas que jamás he olvidado, y por las que siempre he sido consciente de ser una víctima de abusos aunque no fuese consciente de la gravedad ni de las consecuencias. Obviamente no hubo mas respuestas por parte de nadie. Todos sabían lo que había ocurrido y todos hacían como que no había ocurrido, que no había consecuencias ni daños. Yo misma estuve convencida, hasta hace cinco años, que los hechos de mi infancia nada tenían que ver con todo lo posterior, cuando en realidad marcan tu vida para siempre. Y de hecho, cuando le conté los abusos a mi pareja nunca lo hice para justificar comportamientos que ni siquiera imaginaba que tuvieran conexión, sino como una manera de advertirle, porque tenía el convencimiento que los abusos eran una marca, un estigma, como la flor de lis que la esposa del mosquetero Athos llevaba en el hombro en la novela de Dumas o la Letra Escarlata del libro homónimo de Nathaniel Hawthorne con la que señalaban a las mujeres a las que había que repudiar. Desde ese momento tomé la decisión de no volver a hablar de “mi problema” nunca jamás. Mi hijo lo sabría en su momento, porque es parte de mi familia y tiene derecho a saberlo, pero nadie mas.


No fui excesivamente firme en mi decisión. Posteriormente se lo he contado a alguna amiga en estos años de silencio, pero más como una reflexión en voz alta que como una revelación para solicitar apoyo o ayuda. Y de hecho lo dije y luego no volví a sacar el tema nunca más y ellas tampoco, hasta mi Rehabilitación activa. Desde hace mas o menos tres años, mi círculo de personas que lo saben se ha ido ampliando poco a poco y como he ido perdiendo el miedo, también he podido constatar que mi reacción a las respuestas negativas que aún me encuentro es menos visceral, me hunde menos y empiezo a responder a los clásicos comentarios fruto de la ignorancia en el tema ASI.


En el apartado familiar ha sido algo mas complicado. Mi respuesta emocional aún me afecta porque lógicamente son los lazos mas fuertes con los que he atado mi vida. Y ahí he encontrado de todo: Mi Madrina, la “oficial”, la mujer que me recogió con diecisiete años del orfanato, me ha cerrado las puertas anclada en la versión de que sólo hubo abusos cuando yo tenía dieciocho meses, y sigue negando todo lo ocurrido después, a pesar de que tengo sus escritos al Tribunal Tutelar de Menores que certifican que yo le conté mis abusos posteriores. Cuando hablé con mi Padrino, su hermano, hace tres años le confesé todo. Yo no recordaba haber hablado con ellos en mi infancia de mis abusos, y desconocía hasta qué punto conocían mi historia, porque nunca tuve una conversación clara con ellos siendo adulta. Lo cierto es que me dijeron que pensaban que yo había sufrido abusos de bebé, pero me aseguró que los hermanos de mi Madrina desconocían todo lo acontecido después. He aquí la tercera negación.


Tras la conversación con él, le comenté mi intención de hablar con el resto de sus hermanas. Mi Padrino me pidió que no lo hiciera. Que él se encargaría de trasmitir mis palabras al resto de la familia. Para mí, el esfuerzo de hablar en ese momento había sido sobrehumano y casi le agradecí el gesto. Ahora creo que fue un error por mi parte no entrevistarme con el resto de la familia en ese momento, porque aún no sé si lo ha hecho. He recibido el más absoluto silencio por respuesta. 


Pero a pesar de haberme sentido de nuevo muy afectada por su “no respuesta”, en lugar de volver a mi silencio, meses después decidí hablar con otra de sus hermanas, mi Madrina “2”, con la que siempre he tenido mas confianza, y esta vez si reconoció que yo ya lo conté de niña. Esta vez si reconoció que con diez, doce o trece años yo hablé de mi padre y de mi hermano. Y en esta ocasión, no sé si como una manera de reparar el daño, si he obtenido respuesta. La mejor de las esperadas. Porque no se ha ofrecido a ayudar para después recoger velas como hizo su hermano, todo lo contrario. Llevo casi un año de conversaciones con ella, sin tapujos, sin tabúes, y siempre con su apoyo incondicional en mis decisiones, sean las que sean. Está siendo una gran ayuda, y gracias a ella estoy colocando muchas piezas del puzzle que tenía desubicadas. 


Mi hermana ha sido el último escollo. Aún no me creía totalmente preparada para hablar con ella, pero cuando encontró el blog y me envió sus correos me sorprendí a mí misma consiguiendo argumentar y desmontar su versión de los hechos, que es “ligeramente” diferente a la mía: Mis abusos no ocurrieron, lo que cuento en el blog es su historia, edulcorada y adaptada a mi situación personal. Y en la única ocasión en la que vio algo, yo fui quien sedujo a mi padre aprovechando su debilidad para después chantajear a la familia a cambio de volver con mis Padrinos. Sin olvidar que soy tan lista que he esperado a que él muera para sacar todo a la luz porque los muertos no pueden defenderse. De esa manera mi hermana reforzaba la tercera negación.


Mi próximo objetivo es hablar con los miembros restantes de mi familia adoptiva y con mi madre. Como ahora estoy en un punto de mi sanación muy diferente al de hace tres años cuando hablé con mi Padrino y con mi Madrina, me siento mas preparada para sus respuestas sean la que sean. Y eso me ha hecho reflexionar.


Romper el silencio. Quitarte la careta. Mostrar al mundo quien eres, lo que eres, lo que has sido, por lo que has pasado. Incorporar a una conversación normal un trozo de ese antiguo secreto inconfesable como quien cuenta que hace tiempo tuvo un grave accidente de coche del que le quedaron algunas cicatrices. Pero a diferencia del accidente, no todo el mundo comprende el proceso por el que has pasado hasta llegar a normalizar tu vivencia. Para empezar, la reacción no es la misma. Todo el mundo sin excepciones se solidariza con alguien que ha sufrido un accidente o una enfermedad grave. Pero ante los ASI no es lo mismo. A lo largo de mi vida he visto todo tipo de reacciones, la mayoría por desgracia negativas. Y sé que no es una exclusiva mía. Por lo que he podido comprobar, es algo generalizado entre las víctimas, sobretodo si el abuso ha sido intrafamiliar. 


En mi experiencia, romper el silencio en la familia no es garantía de nada. El supuesto terremoto jamás ocurre. Nadie se va a tirar por la ventana, a nadie le va a dar un paro cardiaco, nadie va a ir corriendo a la policía a denunciar, nadie va a poner las maletas de tu agresor en la puerta, y por supuesto nadie, absolutamente nadie te va a decir que tu no tienes la culpa. Como mucho te dirán que lo sienten, que es terrible, y punto. Porque la mayoría de las veces si no lo niegan descaradamente, te acusarán de mentir o imaginar cosas, de exagerar los hechos, te responsabilizarán de los abusos por tonta o te increparán por sacar el tema después de tanto tiempo. A lo mas que vas a llegar es a que no vuelvan a decir o hacer nada nunca jamás de los jamases. Como si les hubieras dicho: “Cuando era pequeña mi padre (mi hermano, el vecino…) me rompió mi juguete favorito” y siguieran con sus vidas. Si tu no haces nada ellos no van a mover un solo dedo por cambiar y mejorar tu situación. 


Es muy posible (posible no, seguro) que pierdas a parte de tu familia. Tal vez a todos. Porque preferirán que tú seas la “rara” de la familia a admitir que cometieron un error enorme al no darse cuenta de lo que ocurría delante de sus narices o que preferían mirar hacia otro lado pensando que “no es tan grave” que te toquen un poco mas de la cuenta. Y por supuesto, eres una exagerada al recordar y reprochar algo que ocurrió hace tantos años y encima decir que por culpa de aquellos hechos tu vida es una mierda. ¿Cómo te atreves a decir eso? 


"Nunca subestimes el poder de la negación”, palabras totalmente ciertas. La familia niega. No lo entienden, son conceptos que no asumen. Niegan los hechos, o la gravedad para no enfrentarse a ello, porque no pueden de ninguna manera admitir en su mente que conviven con una persona capaz de hacer eso y se lo niegan incluso a ellos mismos, de la misma forma que las víctimas lo negamos en el pasado. ¿Acaso no pensábamos muchas veces eso de: "Bueno, tal vez no es tan grave, tal vez sólo fue una vez, tal vez me lo imaginé..."?


Realmente te hace plantearte que esa familia que te trajo al mundo sinceramente no te quiere. Bueno, creo que más que no querernos, lo que no pueden es dejar de querer a nuestro abusador. Se sienten incapaces de elegir, no pueden, les supera, y optan por quedarse a media distancia. Y lo entiendo. Entiendo que tiene que ser descorazonador para la familia de un superviviente, tener que elegir entre dos miembros con los que tiene lazos tremendamente fuertes. Pero no deberían olvidar que en todo este asunto la víctima he sido yo, la agredida he sido yo, no mi abusador. Necesitamos que al menos respeten eso y no nos restrieguen su equidistancia. Pero no siempre lo hacen. 


Es duro. Es muy duro. Es enormemente duro saber que muchas de las personas que acompañaron tu niñez, que han formado parte de toda tu vida no están a tu lado cuando decides volver a hablar. Es muy difícil para quien no ha pasado por ello entender tu silencio de años. No conciben la vergüenza y el miedo implícito con el que vivimos. No comprenden que nos lo hemos ocultado incluso a nosotras mismas. Yo misma he exculpado a mi padre diciendo que la culpa era de la bebida, que no fue tan grave, que yo le buscaba… ¿Cómo confiesas que has hecho algo (aún no sabes qué) para atraerle sexualmente con doce años? Y que te pidan que vuelvas a guardar silencio lo vemos como una enorme traición. Con todo lo que nos ha costado hablar, no puedes pedirme que vuelva a guardar silencio. 


Cuando me di cuenta que en realidad yo era la víctima di un paso al frente ante ellos. Ahí descubrí quien daba ese paso conmigo. El resto, los lloré igual que lloré mi infancia perdida. Y cuando observé que están dispuestos a restar importancia o justificar de alguna manera lo que ocurrió o sus consecuencias, empezaron a descolgarse de mi vida. Nosotros en nuestra recuperación cambiamos nuestra perspectiva al ser conscientes de los daños que tenemos y ya no negamos lo ocurrido. Pero ellos no tienen daños adyacentes, ellos no sufren, ellos no lloran por las noches, por lo tanto no sienten la necesidad de cambiar esa perspectiva, y les ofende que nosotros ahora cambiemos las condiciones de convivencia y pretendamos que ellos las cambien. Para ellos las cosas están bien así, y se niegan a cambiar las reglas. Tendremos que ser nosotros los supervivientes los que las cambiemos. Y no siempre es fácil, no siempre es posible. A veces no nos queda otra que distanciarnos de alguna manera de ellos. 


El hecho de contarlo por si solo no es un milagro divino. No va a bajar una luz del cielo que te va a envolver y a curar de inmediato. Incluso probablemente estarás unos meses peor al contarlo. Pero creo que romper el silencio funciona cuando forma parte de otras medidas y decisiones tomadas para tu sanación. Como ocurre con muchas enfermedades, en las que un solo tratamiento es inútil si no va combinado con otros. Porque cuando estás mas recuperado cambia la perspectiva y los reproches se reciben de manera distinta. Es como crecer. Cuando tienes ocho años y tu madre no te ha preparado tu tarta de cumpleaños cuando regresas del colegio recibes la noticia con una gran decepción. Veinte años después comprendes que ha estado liada y no te importa ayudarla a colocar las velas en un postre comprado en la pastelería de enfrente. Y yo he crecido. Sigo recibiendo las mismas respuestas en muchos casos que he oído siempre pero en lugar de hundirme, las rebato, intento hacer ver a mi interlocutor su error y si continúa enfrente, me giro y le olvido. 


Mi conciencia está tranquila, porque ahora entiendo lo que sucedió. Los comentarios agresivos y el intentar negar, minimizar o no enfrentar el hecho de que ocurrió y que yo haya decidido hablar no han cambiado. Pero mi actitud si. Ya no me hunden sus palabras, y ya he aprendido a combatirlas. Por eso romper el silencio ya no me supone ninguna dificultad. Ahora el problema lo tienen ellos. Pueden seguir negando tantas veces como quieran, incluso después de que cante el gallo. Eso no va a cambiar mi realidad.



“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontas ese sufrimiento”.
Viktor Frankl (1905 – 1997) neurólogo y psiquiatra austriaco.

Tomado de: http://nemesisenelaverno.blogspot.com/2014/02/tres-veces.html

En mi experiencia romper el silencio fue lo mejor para mi (que inmensa carga me quité de la espalda) pero para los demás no lo fue. Para los demás que yo hablara y hable, fue y sigue siendo una de las peores cosas de sus vidas, la vergüenza se apoderó de ellos, la negación fue y sigue siendo el plato principal, todos presumían y escuchaban, pero nunca vieron nada y si así hubiese sido no podían hacer mucho porque eran pequeñas niñas indefensas y una madre aterrada del hombre que amaba. Con mi hija ocurrió lo mismo, que ella hablara desató el plato principal y las espadas y escudos para defenderse de la humillación del que dirán??? El ex esposo, el cuñado, el compadre, imposible que el hombre intachable hiciera lo que la niña decía. 

Mi blog, el horror, lo que decía de mi padre era espantoso, por ello le dijeron que me pidiera cerrar el blog. No, no lo haré y por ahora solo escribo y hablo, pero esta lucha personal contra la impunidad y el abuso sexual no acaba aquí, voy a seguir luchando y esto va a ser grande. Jesucristo me va a ayudar porque Él murió por la verdad. 

Perdí parte de la familia, se la llevó el abusador de mi hija, y digo parte porque aún queda familia y lo más importante mis hijos. Mi conciencia está tranquila porque no tendré que vivir con la culpa de que mi hija me odie por no haberle creído ni apoyado.

Creo que esa familia perdida me quiso, pero creo que quiso y quieren mas a los abusadores, claro es mejor creer que la mentirosa abusada tiene problemas no se sabe de que índole ni que los causó, a creer que el padre de la familia sea un pedófilo, y lo mismo ocurrió con el cuñado, mejor creer y decir que la sobrina es una mentirosa inventora, a creer que ese hombre sea un abusador mas. 

Nadie que no haya vivido lo mismo puede comprender el horror y los sentimientos que se sienten durante toda la vida, aunque hay quien habiendo vivido lo mismo lo tapó y aún lo sigue tapando sin saber, ni darse cuenta del porque.

Aunque las heridas sanen, aunque se perdone...    Ya nada volverá a ser igual.


DESACREDITAR A LAS VICTIMAS


Durante varios años he sido testigo del sufrimiento que padecen las víctimas de abuso sexual. El secreto forma parte del delito, el miedo y el entorno social son los componentes que perpetúan el silencio cómplice.

El abuso sexual sucede generalmente en el entorno íntimo o cercano de los menores. Padres, abuelos, hermanos, tíos, primos, amigos de la familia, maestros, sacerdotes
aprovechan la confianza para convertirse en agresores.

El crimen sucede en la intimidad. Generalmente es un delito que sucede en la oscuridad, en un lugar apartado, en soledad. Generalmente no existen testigos que puedan corroborar el dicho de la víctima.

Cuando el asalto sexual ocurre, la víctima padece inmediatamente un dolor tan intenso que le produce confusión. Se siente sucia, culpable de lo ocurrido. El agresor es alguien conocido, cercano o familiar y eso provoca que no sepa si lo sucedido fue correcto o indebido.

El agresor aprovecha casi siempre su ascendencia moral como padre, abuelo, maestro o sacerdote para acercarse a la víctima. Se va ganando su confianza con detalles, tímidos acercamientos físicos, demostraciones de cariño y regalos, hasta que finalmente consigue derribar las barreras y resistencias de su víctima.

En ese momento, el agresor se acerca sigiloso con la firme intención de consumar algo que tiene planeado tiempo atrás. Lo hace convenciendo, pero a veces, también amenazando. La superioridad física y el rol de poder, hacen el resto para someter totalmente a la víctima.

El episodio o los episodios de abusos, se convierten rápidamente en un secreto entre la víctima y el agresor. Y así se mantiene durante años. Luego, con el paso de los años ese secreto ayuda a olvidar, a pensar que aquello verdaderamente no ocurrió, que fue una pesadilla. El secreto, sin embargo, va carcomiendo la autoestima de la víctima, la va orillando a la depresión, al desasosiego permanente. El proceso es devastador. Le destruye la vida. Así de simple y terrible.

La víctima crece con un estigma. Difícilmente realizará sus objetivos sin problemas. El fracaso en cada actividad le perseguirá. El escape a las drogas o al alcoholismo será una salida. Los trastornos de personalidad, alimenticios o efectos secundarios de su salud mental, le perseguirán. Su sexualidad está tan dañada que no podrá sostener fácilmente relaciones de pareja. La terapia y la atención especializada le ayudarán siempre y cuando este dispuesta a atenderse.

Los sentimientos y las emociones respecto a su agresor aumentarán cada día, porque en el fondo, jamás podrá olvidar lo que vivió. Llegará un momento que querrá enfrentarlo, reclamarle, desahogar su coraje. Y cuando finalmente rompa el silencio, empezará a sanar. Sin embargo, no logrará iniciar su proceso de liberación, hasta obtener justicia y reparación.

El día que hable y cuente lo que pasó, se enfrentará a la duda de los demás. Algunos no le creerán. Sobre todo, si el agresor lleva una vida aparentemente intachable, si tiene una carrera profesional exitosa, si socialmente está reconocido como un “buen” hombre.

La carta de Dylan Farrow publicada en The New York Times sobre los abusos sexuales que sufrió por parte de su padre Woody Allen tiene todos los componentes de credibilidad: “cuando yo tenía siete años, Woody Allen me cogió de la mano y me llevó a un ático sombrío, casi un armario, que había en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Y entonces me agredió sexualmente. No dejó de hablar mientras tanto, de susurrar que era una buena niña y que aquello era un secreto entre los dos, de prometer que íbamos a ir a París y yo iba a ser una estrella en sus películas. Recuerdo mirar fijamente el tren, no perderlo de vista mientras daba vueltas por el ático. Todavía hoy, me resulta difícil contemplar trenes de juguete”.

Su confesión, me recordó al testimonio de Manuel Vega, un policía de Los Ángeles que fue abusado sexualmente por el sacerdote pederasta Fidencio Silva: “El día de Pascua me dijo que quería hacer una pintura grande de la Virgen de Guadalupe y una alegoría de Cristo resucitado. Nos pidió a todos los monaguillos que nos desnudáramos, luego nos empezó a hacer fotos, pidiéndonos que nos colocáramos con los brazos abiertos y nos comentó: “Acuérdense de que están modelando como Jesús crucificado”.

Como Dylan Farrow con los trenes, Manuel Vega tenía un recuerdo fijo: el cristal amarillo: “Cuando el padre y yo llegamos a la sacristía se sentó y en voz baja me dijo: “Necesito hacer fotos de tu pene, porque es un pene circuncidado”. Yo me avergoncé mucho, porque me empezó a tocar diciéndome que quería que tuviera una erección. Me sentí tan incómodo que traté de resistirme, pero me tomó de los hombros muy agresivo regañándome y gritándome que necesitaba fotos de mi eyaculación. Lo hice casi llorando, pero él violentamente me metió su dedo en mi ano. Recuerdo el cristal amarillo de la ventana de la sacristía cada vez que paso por la iglesia. Todo es como una película de terror”.

Luego de la publicación del testimonio de Dylan Farrow han salido de forma inmediata gente a defender a su padre. Algunos, como su hermano adoptivo dicen que miente. El propio Woody Allen publicó un desmentido en el mismo periódico, argumentando que todo es una venganza de su ex esposa Mia Farrow a quien acusó de enseñarle a odiar a su padre y de “hacerle creer” que había abusado de ella.

Independientemente de prejuicios, la verdad es que el récord de Woody Allen tampoco le ayuda. Haber escapado con su hija adoptiva Soon-Yi a quien finalmente convirtió en su esposa, no habla muy bien de él.

Pero en su caso, al igual que en el de Roman Polansky, hay gente muy importante que ha salido a defenderlo. Ambos son “genios” del séptimo arte. Ambos son respetados y admirados por su trabajo cinematográfico. Para sus defensores, en el caso de Polansky las acusaciones de abuso sexual contra menores fueron en realidad una “venganza envidiosa” del Imperio contra su genialidad y en el caso de Woody Allen, la denuncia pública obedece a una venganza de una ex esposa despechada.


Desacreditar a las víctimas en una cultura patriarcal por antonomasia no ayudará a construir una sociedad diferente. Ninguno de nosotros podemos saber quien dice la verdad con certeza, pero seremos nosotros los que decidamos a quién creerle en base a sus testimonios. Dylan decidió irse a vivir a Florida, lejos de sus padres. Decidió cambiar de nombre para sobrevivir. Finalmente ha roto el silencio y como ella dice, ahora nadie la callará. Yo le creo a ella...

Tomado de: http://migueladame.blogspot.com/2014/02/desacreditar-las-victimas.html?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+AbusoSexualInfantil+%28ABUSO+SEXUAL+INFANTIL.%29


Así yo fui desacreditada por una madre que me respondió al preguntarle ¿Por qué no me había creído cuándo le conté que mi padre abusaba de mi? No fue que no te creí, es que yo nunca vi nada... Yo jamás vi nada de lo que mi hija me dijo pero le creí y le sigo creyendo, por eso denuncié y por esa verdad me alejé de la familia que aún hoy en día sigue sin creerme ni creerle a mi hija... 

Siempre hemos sido desacreditadas, locas, mentirosas, inventoras, y yo hasta acosadora de el abusador de mi hija y por la cual yo me vengaba (porque me gustaba y nunca fui correspondida)... Esa es el arma principal de los abusadores y sus detractores, "Desacreditar"